lunes, 15 de febrero de 2010

Traumas

Ayer me di cuenta que los traumas más pelotudos quedan ahí, encerraditos en tu cerebro, para no irse. Aunque la anterior afirmación es aplicable a miles de tópicos, con todo este tema de las nubes y la melancolía dominguera me remonté nuevamente a mi niñez. Y para no ser inconexa les voy a pasar a contar por qué. Mi primer prueba frustrante fue en 3° grado. Matemática. La división no era lo mío, las tablas tampoco. Yo sólo me divertía encerrando en barquitos el modificador directo, indirecto, el núcleo, el sujeto y el predicado. Era tan simple, todo tenía un color y sobre todo: sentido y coherencia. Patricia, nuestra maestra de matemática de tercero, nos agrupaba e intentaba que comprendamos cuántas veces entraba el divisor en el dividendo, pero no había caso. Cuando todo empezó a cobrar sentido apareció la maldita coma para complicarlo todo aún más. Luego las fracciones, las ecuaciones y el factor común. Cada día me hacía más amiga de los predicativos y los circunstanciales. Lo matemático nunca fue lo mío, y nunca lo será. ¡Obtusa! (Ja, ¿paradójico no?). No pasa por mi extremismo como constante de vida, pero es algo que supera los límites de lo razonable, simplemente ES. No digo que no tenga una explicación, la tiene, seguramente alguna especie de odio a mi maestra de tercero o mi acotado coeficiente intelectual lógico en el área de las exactas, quién sabe. Sólo sé que una simple ecuación era todo un desafío. No olvidemos el uso de las calculadoras en una edad temprana (excusas ¿no?). Dejo de excusarme, pero el temita de inquirir en las tablas es algo que aún me desnuda aquellos traumas de la niñez. ¿8*7?...
andatealaputaquetepario. (Enojada)

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