lunes, 15 de febrero de 2010

La mini-crueldad

En estos días nublados se me cruzan muchísimas cosas por la cabeza. Miles de imágenes congeladas que no tienen límite de espacio ni tiempo. Comenzando desde aquel día en que mamá me regaló el ponchito. Pero eso es sólo un recuerdo, que dicho sea de paso no se me hace nítido para nada. Algo que no puedo evitar recordar patentemente es el colegio. Eso, el colegio, imposible disociarlo de la crueldad de mis compañeritos. Esos pequeños demonios que abusaban de su popularidad para volverte loco y enfermarte, SÁTRAPAS, CRUELES, MALDITOS E INTERESADOS. Abusaban absolutamente de su poder y popularidad - “CACHETONA” , “GORRRRDA”, o “ANTEOJUDA” eran sus preferidas.. volvíanme la jornada escolar una agonía. Cuando hablo de “poder” o de “sátrapas” dirán ¿De qué habla esta piba? Claro, eran poderosos, tenían clanes y estrategias. Sabían con qué podían hacerte sufrir y exprimían ese recurso hasta tu llanto o malestar ¿Qué ganaban con eso? Ese es mi cuestionamiento, es algo que todavía no logro descifrar. ¿Por qué detrás de esas cándidas e inocentes miradas habrá tanto odio y maldad? Ahí es cuando dejo de querer a los pibes, ¡VES! (No es resentimiento, repito, no es resentimiento). Uno de los recuerdos más patentes es de aquella aula de segundo grado. Las paredes pintadas de celeste y blanco, el cuadro de Sarmiento arriba del pizarrón, los ventanales hacían que la luz artificial sea completamente innecesaria en toda la jornada, la maestra ordenando su carpeta con solapas de colores y los pequeños salvajes saltando arriba de un banco o molestando a algún que otro compañerito que habían tomado de punto aquella semana. Y yo ahí, sentadita, como siempre en el ángulo izquierdo (atrás) mirando mi cuaderno y lamentándome por mi desprolijidad. Siempre quise tener la letra como Andrea, escribía chiquito, prolijo y por encima del renglón. No quería destacarme, pero era feliz con el reconocimiento de la maestra, casi la única que me trataba bien. Había aprendido que al colegio se iba a estudiar y aprender, no tenía amigos, apenas alguna compañerita que todavía no conocía se animaba a sentarse a mi lado. Ahí es cuando la conocí a marcela, y a unas tantas más luego. Mis amigos se limitaban a los vecinitos que tenía en lo de mi abuela o a Fernando, otro chico con problemas de adaptación. Pasó el tiempo, y los sátrapas se fueron acercando, a mi cada vez me iba mejor con las notas y mágicamente eso era proporcional a los amiguitos que me hacía en el colegio. Ahora pasó el tiempo, y cambió el marco, ya no es más la pared celeste con esa luz que encandila, pero el mundo sigue lleno de sátrapas, crueles, soretes, y gente interesada. Qué suerte que la vida te da también la oportunidad de conocer buena gente para comprender el contraste y disfrutar la diferencia, aunque sea sólo en pocas ocasiones.Después preguntan por qué estoy un poquito trastornada.

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