jueves, 30 de junio de 2011

La aguja parcial de los relojes morales.


El tiempo pasa sin pedir permiso, arremetiendo infinidades de profanaciones a las fijezas. Si nos ponemos puntillosos, podríamos decir que no es el tiempo aquello que percibimos, sino sus funciones: el cambio ¿El cambio de qué? De nuestras células, pensamientos, pasiones, vicios, metas, satisfacciones y hasta en los más “perturbados”, de las mismas configuraciones conceptuales que traducen lo circundante. Pero, a veces me pregunto ¿Qué será de aquellos que no entienden el movimiento? Son ellos, los mismos que tienen la vista anclada en las esencias o en sus vomitivas tradiciones pusilánimes. Como buenos actores, colocan su paso firme sobre las fuentes de lo perpetuo, mojando su disfraz, que yace sobre un cuerpo desacralizado y oscilante. El reloj no parece adulterar sus convicciones, el dinero… Tal vez. Después de todo, sus actitudes y conservadurismo eran bastante corruptibles.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta la facilidad que tenes para expresarte, cosa que a mi me cuesta, por eso supongo que paso a leerte.

Anhedonia dijo...

No sé si es facilidad. Pero te agradezco. Un saludo.

bebaferreira dijo...

Hermoso texto. Un saludo desde Guayaquil